La idea que cada uno tenemos sobre la adolescencia ha ido modificándose a lo largo del tiempo. Incluso, «ser adolescente» significa cosas distintas según la sociedad en la que se desarrolle ese «ser». Se crean unas expectativas diferentes sobre ellos, se normalizan ciertas conductas y emociones pero no otras y hasta el tiempo que se les permite «ser adolescente» es diferente.
Un psicólogo llamado Stanley Hall (1916) es considerado el pionero en el estudio de la adolescencia. Fue el primero en describir esta etapa como un momento en el que se produce una recapitulación de las experiencias infantiles, incluyendo unas crisis propias de este momento evolutivo y aprendizajes más allá de la propia inserción laboral.
Actualmente, la Organización Mundial de la Salud acota la adolescencia entre los 10 y los 19 años, e incluso hay autores que hablan de postadolescencia, y extienden el período de búsqueda existencial de los 20 a los 30 años. Así, la adolescencia abre un lapso de tiempo propicio para los cambios, no sólo físicos, sino también cognitivos, afectivos y existenciales.
Este nacimiento de posibilidades y cambios en el desarrollo cognitivo-emocional tienen un sustrato neurobiológico que se ha descrito básicamente en torno a tres aspectos (Oliva, 2004; Siegel, 2013 en Programa PREDEMA):
- a) El desarrollo de la corteza prefrontal y su relación con la capacidad de anticipar consecuencias, planificar acciones y tomar decisiones.
- b) El aumento de la actividad de los circuitos dopaminérgicos, que se relacionan con la necesidad de recompensa o gratificación con el repunte de la importancia del sistema de apego, que en la infancia dependía básicamente de los padres y ahora dependerá predominantemente de los iguales.
- c) El aumento de las conexiones y sinapsis cerebrales, junto a la mielinización del sistema nervioso, que posibilitan una mayor capacidad para relacionar ideas y experiencias en un sentido de identidad coherente.
Estos procesos pueden relacionarse con otras características de la psicología adolescente como la intensa búsqueda de novedades, la escasa tolerancia a la frustración, la demora de la gratificación y la extraña toma de decisiones sobre el riesgo que a veces observamos en este grupo de población (Oliva, 2004 en Programa PREDEMA).
De los 6 a los 11 o 12 años emergen las habilidades de autorregulación emocional, dependientes del desarrollo de la metacognición, la experiencia de las emociones morales (como culpa, vergüenza y el orgullo) que se aproxima a las de los adultos. Los niños consolidan de este modo su capacidad de integrar emociones opuestas y simultáneas.
En este punto, el adolescente tiene ya las capacidades emocionales de un adulto, pero no todavía su experiencia.
Por todo esto, es fácil observar en esta edad cierto desorden emocional, frecuentes estados de ánimo negativo e intensas emociones de vergüenza y culpa, que se confunden porque tienden a aparecer juntas. Así, nos encontramos con una gran activación emocional a la que los adolescentes no consiguen dar sentido (Villanueva y Górriz, 2014 en Programa PREDEMA).
Debemos considerar las características más arriba descritas sobre la adolescencia actual, contemplando esta etapa no sólo como una etapa de riesgo (que lo es) sino también como una etapa de oportunidades (Cyrulnik, 2006; Oliva, 2004 en Programa PREDEMA).
En esta etapa, es preciso elaborar y desarrollar propuestas educativas orientadas a problemáticas más específicas como la resolución de conflictos personales e interpersonales, la mejora del autoconcepto y la autoestima; incrementar las capacidades empáticas, optimizar las habilidades sociales como el establecimiento de vínculos, fomentar valores universales… La educación emocional debe dirigirse a optimizar el desarrollo emocional tanto respecto al establecimiento de vínculos o emociones básicas para la formación de la identidad y el bienestar, como la comprensión, la expresión y la regulación emocional. Los contenidos en los que debe fundamentarse la educación emocional deben estar relacionados con la comprensión de emociones, la dirección de la propia vida, el autoconcepto, la autoestima y las relaciones personales (habilidades sociales, establecimiento de vínculos, aceptación de las diferencias de los otros y otras, interiorización de las normas sociales, la responsabilidad social, la asertividad social…).
Para que así sea, hay tres consideraciones esenciales en la actitud de quien implementa el programa que tienen sus implicaciones metodológicas:
- Promover el aprendizaje significativo, haciendo hincapié en la búsqueda de sentido de los adolescentes y en el concepto de andamiaje.
- Educar para la responsabilidad y el ejercicio de la libertad que todos, como seres humanos, tenemos.
- Dialogar con el adolescente, a la vez que fomentamos que éste dialogue con su realidad (paradigma dialógico de aprendizaje).
En definitiva, la adolescencia es un período muy intenso emocionalmente y con frecuentes cambios de estados de ánimo. Los y las adolescentes deben asumir los cambios corporales producidos a lo largo de la pubertad; se desarrollan nuevas dimensiones de identidad, se realizan las primeras relaciones amorosas y sexuales, y progresivamente se van independizando del entorno familiar. Las presiones de los compañeros y compañeras son especialmente intensas, ya que en esta etapa son entre ellos su punto de referencia para establecer la autoconciencia.
En esta etapa, las estrategias de búsqueda de apoyo se trasladan de padres y madres a los y las compañeras y amigas, pero en momentos de crisis utilizan el apoyo de padres y madres, aunque son ambivalentes a la hora de confiar en ellos.
Todos estos cambios requieren de una gran capacidad de autorregulación emocional que se irá adquiriendo en ambientes que les permitan madurar y exponerse de manera adaptada a nuevas vivencias.
Esta es la segunda parte de una trilogía sobre la importancia del desarrollo de la inteligencia emocional en el ámbito educativo y terapéutico en las diferentes fases del desarrollo. Si te ha surgido alguna duda mientras leías el artículo, no dudes en ponerte en contacto a través de nuestra web o en nuestro correo electrónico.
BIBLIOGRAFÍA:
Ezeiza, B; Izagirre, A y Lakunza, A (2008). Inteligencia emocional. Educación secundaria obligatoria. Gipuzkoa. https://www.orientacionandujar.es/wp-content/uploads/2015/11/Programa-Inteligencia-Emocional-Secundaria-12-14-a%C3%B1os.pdf
Extremera, N y Fernández-Berrocal, P (2013) Inteligencia Emocional en adolescentes. Universidad de Málaga. Laboratorio de Emociones.
Montoya, I; Postigo, S Y González, R (2016). PREDEMA. Programa de educación emocional para adolescentes. Piramide. https://laesienjuego.com.ar/wp-content/uploads/2020/05/Programa-PREDEMA.-Programa-de-educaci%C3%B3n-emocional-para-adolescentes.pdf