La vida de la mayoría de las personas está marcada por la rutina: te despiertas, desayunas, vas a trabajar, comes, haces deporte, haces tareas o recados, cenas, ves la TV o el móvil, lees un libro y duermes. Ahora bien, imagínate que un día, sin ser vacaciones o festivos, te levantas por la mañana y a veces vas a trabajar y otras no (no sabes el motivo de cuándo vas y ni de cuándo no vas), a veces comes a las 13:00 y a veces a las 15:00, algunos días de la semana ves una película a las 17:00 de la tarde y te quedas toda la tarde mirando pantallas y otras te pasas la tarde en la calle haciendo diferentes cosas y otras trabajas, algunos días cenas a las 20:00, otros a las 21:00 y otros a las 22:00, y te vas a dormir según a diferentes horas según el día. Como adulto/a funcional, en ocasiones, cuesta pensar el tener una rutina así de “variada” o, en el caso de tenerla, seguramente acabaríamos la semana y los días agotadas y aturdidas. Y esto, teniendo en cuenta, que las adultas tenemos un desarrollo cerebral mucho más “completo” que los niños, con funciones cognitivas que nos permiten tener una mayor flexibilidad y adaptación a las circunstancias externas, además del aprendizaje fruto de la experiencia, lo cual en los niños se está desarrollando. Por ello, es necesario crear los andamios adecuados para potenciar las funciones que les posibilitarán adaptarse, en mayor o menor medida, a distintas circunstancias más fácilmente, siendo la base de esto la rutina. Entonces, ¿por qué a veces cuesta tanto aceptar y asumir que los hijos/as también deben tener estas rutinas bien marcadas? ¿Por qué algunos padres y madres piensan que las rutinas no son beneficiosas para sus hijos?
Empecemos por el principio, las rutinas no se han creado por capricho de unos padres cansados. Las rutinas forman parte del ser humano, prueba de ello es que el propio organismo posee un “reloj biológico” asociado a procesos internos y externos. Este “reloj” está constituído por miles de neuronas que se encuentran específicamente en el Núcleo Supraquiasmático (NSQ) ubicado en el hipotálamo cerebral, el cual recibe información directa de nuestros ojos (recibiendo información de la luz externa a través de los ojos). El NSQ establece conexiones neuronales con la glándula pineal junto con la que controla la liberación de melatonina (hormona derivada de la serotonina) que afecta a la modulación de los patrones de sueño. La melatonina es liberada siguiendo patrones o ritmos determinados conocidos como ritmos circadianos, con altos niveles de melatonina durante la noche y niveles más bajos durante el día. Los ritmos circadianos son oscilaciones de las distintas variables biológicas que siguen un intervalo regular de tiempo en un ciclo de 24 horas. Es decir, estos ritmos, a grosso modo, modulan cambios físicos (temperatura corporal,nivel de alerta, nivel de energía…), emocionales y conductuales que se producen a lo largo del día en los seres humanos. Por tanto, estos ritmos contribuyen junto con la estimulación ambiental, a marcar rutinas diarias según nuestro nivel de funcionamiento endógeno a lo largo de las 24 horas. Es tal su efecto en nosotros que cuando estos ritmos se ven alterados por diferentes motivos (trabajos nocturnos, viajes a países con diferencia horaria…) se producen alteraciones en el organismo que pueden variar en gravedad, que afectan principalmente a las fases del sueño con todo lo que ello conlleva.
Por tanto, se podría decir que nuestro organismo está biológicamente predispuesto para seguir rutinas diarias según patrones de regulación endógenos en interacción con variables ambientales (nivel de luz por ejemplo).
A la hora de crear rutinas en los niños es importante:
- Que las rutinas se adecuen a la edad de cada niño.
- Desarrollar rutinas de sueño que aseguren un ambiente relajado y libre de pantallas, al menos, una hora y media antes de dormir. Un horario estable de sueño durante la semana en la que el niño duerma entre 8 y 10 horas.
- Establecer rutinas de higiene personal diarias en las que se le vaya concediendo una mayor autonomía con el paso de los años.
- Una rutina externa nace de un hábito, se trata de ir creándolos hasta que formen parte del día a día, por tanto, requiere paciencia y mucha constancia diaria.
- Establece rutinas de alimentación y hazles partícipes de ello o por lo menos anticípales en el día. Crea un planning o un horario de menús semanal que ellos conozcan para anticiparse ante posibles “guerras” justo a la hora de comer.
- Proponte que su rutina sea también la tuya. Como madre o padre eres su mayor modelo, es importante que mientras realicen acciones pertenecientes a su rutina tú los supervises (especialmente cuando son menores de 10 años) o, si puedes, te unas a ellos. No hay mayor aprendizaje que el que se produce por imitación. De paso, se introducirán en la rutina pequeños momentos diarios a compartir.
- Si a tu hijo/a le cuesta comprender o establecer las rutinas diarias, crea con ella o él un panel en el que aparezcan de manera visual o escrita cada una de las rutinas del día según la hora a la que se realizan.
Los principales beneficios de las rutinas en los niños son:
- Aportan seguridad y confianza en el niño con respecto a lo que sabe y puede hacer solo y sobre lo que debe pedir ayuda.
- Les permiten establecer una noción y gestión del tiempo, poco desarrollada durante la infancia marcada por un pensamiento concreto en el que no caben abstracciones como “en un rato” “dentro de un momento” .
- Fomenta la flexibilidad cognitiva pudiendo establecer cambios en las rutinas que así lo precisen, con la anticipación pertinente. Es mucho más sencillo adaptarse a un cambio sobre un ambiente estructurado frente a un ambiente desorganizado. La flexibilidad ayuda a resolver problemas cotidianos y adaptarse a circunstancias desconocidas cuando surgen de mejor manera. Cuando el ambiente es estructurado será posible una mejor anticipación de lo que ocurrirá o no para su adecuada adaptación.
- Ayudan a planificar el día y la semana con anterioridad, lo cual permite una mejor gestión del tiempo tanto en el adulto como en el niño, generando una adecuada adaptación a cada una de las situaciones planteadas.
- Fomentan la autonomía del niño/a. La rutina crea seguridad en el niño permitiéndole que se sienta confiado a la hora de realizar acciones con las que está muy habituado. Se puede fomentar la autonomía a través de las rutinas, ya que es preferible que los niños comiencen a desarrollarla a través de acciones ya conocidas para, poco a poco, al sentirse eficaces conseguir autonomía ante situaciones más novedosas
- Mejora la conducta del niño/a. La rutina significa anticipación, al tratarse de acciones que se realizan de manera constante y consistente diariamente durante los días de la semana. Por tanto, el niño/a conocerá lo que viene luego pudiendo ajustarse a esa situación de manera más regulada y sin dar lugar a “sorpresas” que puedan desembocar en rabietas o enfados desafiantes. Además, aunque estos se den, las rutinas son una forma más de marcar límites y normas consistentes y favorecerán a su cumplimiento.
- Contribuyen a mantenernos emocionalmente estables. Saber “lo que va a pasar luego” evita que se creen situaciones de ansiedad anticipatoria por el desconocimiento, y que se puedan explicar con anterioridad cambios en las rutinas disminuyendo la ansiedad que éstos puedan generar. Los cambios también contribuyen a un ambiente estructurado si estos se anticipan adecuadamente.
Guadarrama-Ortiz, Parménides, Ramírez-Aguilar, Ricardo, Madrid-Sánchez, Alejandro, Castillo-Rangel, Carlos, Carrasco-Alcántara, Diana, & Aguilar-Roblero, Raúl. (2014). Controladores del Tiempo y el Envejecimiento: Núcleo Supraquiasmático y Glándula Pineal. International Journal of Morphology, 32(2), 409-414. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-95022014000200004